MANUEL AZUAGA 23.08.2016
El pasado 12 de agosto se estrenó en España Pawn Sacrifice (El sacrificio del peón), titulada extrañamente en español como El caso Fischer, quizás para incluir como reclamo el apellido del genio de Chicago. Hace unos días cumplí con el compromiso moral de ver esta sugerente cinta (por supuesto, en VOSE) que trata de mostrar al público en general la atmósfera que rodeó el enfrentamiento entre el aspirante norteamericano Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky por el título mundial de ajedrez en Reikiavik (1972), un encuentro que fue portada en todos los medios internacionales, seguido por millones de personas, y que logró, en plena Guerra Fría, que una partida de ajedrez fuera mucho más que un juego, ya que en el tablero se estaba disputando, como saben, una batalla política entre los dos bloques hegemónicos de la época: eran las piezas del capitalismo contra las del comunismo.
La película, dirigida por el afamado Edward Zwick, con éxitos solventes como El ultimo samurái o Leyendas de pasión, tiene un toque lineal, esperado y cronológico en su primera parte, en la que nos muestra los comienzos de un Bobby que por entonces ya sorprendía a los círculos ajedrecísticos de Nueva York hasta convertirse en el campeón más joven de los Estados Unidos. Durante estos primeros minutos el espectador se sumerge sin mayor esfuerzo en el difícil ambiente familiar, conoce la extraña y desestructurada relación del pequeño Bobby con su madre (soltera, judía y comunista) y con su hermana Joan, su febril pasión por los libros de ajedrez publicados en ruso (Fischer aprendió el idioma solo para estudiar las partidas de los grandes campeones de la URSS) y su particular neurosis, su punto de genialidad y de locura. Hasta aquí, la historia y las imágenes se van sucediendo con una más que correcta verosimilitud, destaco la escena en la que Bobby le exige a su madre que abandone su propia casa para que él pueda dedicarse por completo al estudio del ajedrez: «¡Voy a ser el próximo campeón del mundo… y necesito silencio!»

Después la trama se centra en el histórico match del siglo y el director pone el foco, sin piedad, en la personalidad psicopática de Fischer, al que nos muestra como un hombre perturbado que se siente perseguido por los malos, es decir, por los rojos comunistas. Observamos una escena en una playa de Pasadena, California, que resulta clave para comprender esta radiografía que Zwick nos hace del genio que no confía en nadie, que se altera y explota y grita, pero que, a pesar de lo que muchos dijeron de él, no siente ni un gramo de miedo ante la idea de perder contra Spassky. «Le da miedo lo que pueda pasar si pierde», dice Paul Marshall, el inseparable abogado de Fischer (personaje que sobresale gracias a la impecable interpretación de Michael Stuhlbarg). «No, le da miedo lo que pueda pasar si gana», le contesta el padre Lombardi (Peter Sarsgaard).
Por momentos, me dio la sensación de que la cinta pivota alrededor de un prejuicio muy arraigado que aún persigue al ajedrez y, sin disimulo, se muestra que este juego «es un mundo de locos». Por eso vemos a Spassky en una actitud un tanto exagerada que, a veces, roza la paranoia, como si el virus Fischer le hubiera contagiado de una chifladura necesaria para ser campeón del mundo. Hablando de Spassky, la interpretación de Liev Schreiber es soberbia, la mejor del reparto, a mi juicio, no solo por lo verosímil que resulta todo en su gesto y su voz, sino porque, hay que reconocerlo, el parecido físico entre Schreiber y Spassky es asombroso, casi camaleónico. Todo lo contrario sucede con Tobey Maguire, un buen actor (de eso no hay duda) al que le queda grande la talla y el zapato de Bobby, incluso cuando aparece en pantalla caminando con esos aires y andares descompasados que eran tan propios de Fischer. Quizás todo tenga una explicación, y es que Maguire no solo es el actor protagonista, sino uno de los productores de la cinta, junto al propio Zwick.

Pawn Sacrifice es, cómo no, una buena noticia, pues sin duda favorece la difusión cultural de la historia del ajedrez y su relevancia política, y eso ya es mucho. Con ello quiero decir que películas de este corte consiguen que espectadores ajenos al tablero se acerquen a un universo que a priori siempre les resulta, cuanto menos, sugerente y atractivo. Así que imagino que más de un no-aficionado habrá conocido, por vez primera, la extraordinaria dimensión que tuvo el encuentro entre Fischer y Spassky, con detalles argumentales tan jugosos como la llamada telefónica de Kissinger, una llamada de la que, por cierto, se ha escrito mucho, pero de la que sabemos bien poco.

En los títulos de crédito consta un agradecimiento al Dr. Frank Brady, amigo y biógrafo personal de Bobby Fischer. De ahí que cuando salí de la sala me vino a la memoria la charla que mantuve en radio con Juan José Ariño, un buen aficionado al ajedrez que dirige TEELL Editorial (acrónimo de Todo Está En Los Libros), editorial especializada en temas relacionados con la divulgación científica, la técnica, el conocimiento o la innovación. Ariño pasó por los micrófonos de El Rincón del Ajedrez tras la publicación de una auténtica joya: Endgame. El espectacular ascenso y descenso de Bobby Fischer, obra escrita por Frank Brady y que cuenta con un precioso prólogo de Leontxo García. Endgame es una minuciosa y apasionante biografía traducida al español por Sara Arilla. Para ponerlo todo en contexto, hay que subrayar que Brady es también muy conocido por ser el biógrafo de personajes como Onassis, Orson Welles o Barbra Streisand, es decir, que estamos hablando de un autor de primerísima fila. El libro, publicado en 2010 en EE UU, se convirtió en pocas semanas en un éxito de ventas y fue aclamado por público y crítica como una obra sin igual sobre el fascinante genio de Chicago. Vaya por delante, como punto final a esta entrada, que no puedo estar más de acuerdo. De hecho, yo os diría que la lectura de Endgame es obligatoria para comprender mínimamente la genialidad de Bobby Fischer; después vayan al cine, y disfrutarán mucho más del espectáculo.


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